La Compañía
Teatro de la Comedia
Situado en un barrio de gran tradición teatral en que ya existían corrales de comedias -el de la Cruz y el del Príncipe (hoy teatro Español)- en los siglos XVI y XVII, el Teatro de la Comedia se construyó en 1874 en un solar de la calle del Príncipe, propiedad de D. Silverio López de Larrainza, empresario de salas de juego que quiso dejar constancia de su actividad en la decoración del teatro. Por eso las esculturas en bronce del vestíbulo representan a un malabarista y a un encantador de serpientes y los forjados de las balaustradas del interior de la sala reproducen motivos de los palos de la baraja (copas, bastos y espadas), e instrumentos musicales. El arquitecto manchego Agustín Ortiz de Villajos, autor de la iglesia del Buen Suceso y de los teatros de la Princesa (hoy María Guerrero) y del desaparecido Teatro Circo Price, fue el encargado de su construcción.
La Comedia se trazó en tres pisos y una platea con planta en forma de herradura, dispuesto a la italiana, con entrada por la calle del Príncipe para espectadores, y por la calle de la Gorguera (hoy Núñez de Arce) para carga y descarga. El interior fue construido con pasillos amplios y dos cuerpos de escalera, a derecha e izquierda de la sala, para acceso a plantas superiores. Consta de doce palcos por planta, seis a cada lado, separados entre sí por un tabique con arco árabe y antepechos de hierro fundido. La mayor novedad en su decoración y estructura fue la abundante utilización de elementos de fundición y de hierro forjado en sustitución de la madera, lo que aportaba una sensación de mayor ligereza al conjunto.
El escenario era de reducidas dimensiones y sin espacios complementarios para grandes montajes, pero incorporaba medidas de seguridad muy importantes para la época, que incluían un telón metálico cortafuegos y un sistema de regulación del alumbrado diseñado por Picoli, sustituido en 1887 por el alumbrado eléctrico. El piso de la sala, de madera, tenía un curioso mecanismo que permitía elevar la parte más inclinada y alinearse con el escenario, de modo que podía utilizarse también como salón de baile.
La decoración, de inspiración árabe, con ciertas reminiscencias de La Alhambra, muy del gusto de la época, estaba realizada blanco y oro, a excepción de las butacas, tapizadas en terciopelo rojo. El telón de boca que cerraba el escenario era un diseño del pintor José Vallejo, que representaba el Templo de la Inmortalidad y en el que aparecían poetas, actores y dramaturgos consagrados, como Calderón, Cervantes, Moratín, Julián Romea y el Duque de Rivas, entre otros. El arquitecto sólo cometió un pequeño error: olvidó diseñar los camerinos por creer “que los cómicos iban ya vestidos al teatro desde sus casas”.
El Teatro de la Comedia se inauguró el 18 de septiembre de 1875, con la presencia del rey Alfonso XII. Se representó El espejo de cuerpo entero, pieza en un acto de Diego Luque y la comedia en tres actos de Bretón de los Herreros Me voy de Madrid, representada por el gran actor Emilio Mario, que programó muchas de sus temporadas, estrenando obras de Moratín y Bretón de los Herreros. Le sucedieron posteriormente Emilio Thuiller, Francisco García Ortega, Juan Balaguer, Enrique Borrás, etc.
La noche del 17 al 18 de abril de 1915, se declaró un incendio que destruyó el interior del teatro, desplomándose el techo sobre el patio de butacas. El telón quedó destruido así como los decorados y el vestuario de El orgullo de Albacete, de Pedro Weber, la obra que se representaba esa temporada. La sala fue reconstruida en pocos meses por el arquitecto Luis Bellido, incorporando, por primera vez, hormigón armado y aplicando la normativa del Reglamento de Espectáculos. Aumentó a cuatro las escaleras y construyó un vestíbulo y una cafetería. El 22 de diciembre de 1915 se reabre el teatro con la función La propia estimación, de Jacinto Benavente.
La Comedia ha vivido estrenos de nuestros mejores clásicos del Siglo de Oro y de autores como Benavente, Galdós, Dicenta, los Álvarez Quintero y Moratín. En el teatro permaneció María Guerrero de 1885 a 1894 y han sido compañías habituales, entre otras, las de Santacana, Luisa Esteso, Alberto Closas, Aldolfo Marsillach-Amparo Soler Leal, Conchita Montes y Lola Membrives.
Durante un siglo, el teatro perteneció a la familia Escudero: desde 1899, cuando Tirso Escudero se convierte en el empresario de La Comedia hasta que sus herederos lo venden al Estado en 1998.
Años antes, en 1986, el teatro de la Comedia había sido arrendado por el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM) como sede de la recién creada Compañía Nacional de Teatro Clásico. Tras la compra del teatro, se adquieren además cinco de los pisos del edificio, consolidando de esta forma la Comedia como sede estable y definitiva de la Compañía.
Quedaba pendiente una reforma profunda en la estructura del viejo edificio, que apenas había tenido mejoras desde su construcción. El Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), responsable de su mantenimiento y explotación, cierra sus puertas el 30 de marzo de 2002 para llevar a cabo un amplio plan de reformas, trasladando las actividades de la Compañía durante el periodo de obras a una sede provisional, el teatro Pavón, donde ha permanecido trece temporadas.
Con la rehabilitación del teatro, obra de los arquitectos Araujo y Nadal, se han recuperado espacios y creado nuevos equipamientos: un gran aljibe para el sistema de extinción de incendios, elevación del escenario para instalar el peine y el contrapeine, una plataforma para ampliar el proscenio, y una nueva sala, situada en la quinta planta, para representaciones y ensayos.
Tras una larga espera, en la temporada 2015-2016 se abre un nuevo capítulo de la historia del teatro: la Compañía Nacional de Teatro Clásico vuelve a La Comedia, y lo hace con el estreno de una obra emblemática de Calderón, El alcalde de Zalamea.