Menuda vuelta de tuerca más cruel en el texto de autoficción que Guillermo había comenzado a “escribir” el pasado 24 de abril cuando fue operado de urgencia en el remoto Calafate mientras participaba en una de las actividades que más amaba de su profesión teatral: impartir talleres de escritura teatral, dramaturgia y gestión cultural a entusiastas profesionales latinoamericanos ávidos de escuchar el discurso profundo, sereno, activista y siempre contemporáneo que venía defendiendo con ahínco desde que tenía uso de razón teatral.
Cuando todo parecía que ese texto tendría un final luminoso tras un durísimo desarrollo plagado de incertidumbre y miedo y cuando dicho final estaba prácticamente escrito y consistía en su regreso a Madrid el 14 de julio prácticamente recuperados tanto su salud como su carácter indómito, no se le ocurre otra cosa a su cruel inspiración teatral que redactar una muerte abrupta, inesperada e injusta que nos ha dejado a todos helados en nuestras butacas.
Hablar del vacío que su ausencia nos provoca es quedarse en la orilla del abismo. El oscuro teatral es por lo general un recurso hermoso que enfatiza la intensidad de lo que acaba de ocurrir en escena pero hoy, por más que se traten de iluminar los escenarios con los más potentes focos, éstos no lograrán disipar la sensación de oscuridad y orfandad que un ejército de figurantes teatrales, entre los que me incluyo, sentimos.
Guillermo no era un protagonista popular hábil en el manejo de las armas comunicativas propias de los protagonistas efímeros y pasajeros. Él pertenecía a esa otra clase de grandes protagonistas cuya presencia continua en la escena durante más de cuatro décadas se basa en el rigor, la pasión, la contemporaneidad, el amor incondicional al escenario y por encima de todo en la confianza en la inteligencia del público y el respeto a la juventud. Eso lo convertía en un protagonista discreto y muy desconocido pero un protagonista sólido y permanente.
Si hay alguien en nuestro país que tuviera una confianza ciega en el poder de las políticas culturales públicas como instrumento de desarrollo social, ése era sin duda Guillermo Heras. Pero a pesar de su confianza en lo público, era plenamente consciente de los muros casi infranqueables que la maquinaria administrativa levanta, en muchas ocasiones involuntariamente y bajo la bandera de la neutralidad y del imperio de la ley pero que desgraciadamente en otras muchas ocasiones enmascara inmovilismo y voluntad de perpetuar el status quo.
No puede entenderse la trayectoria profesional de Guillermo sin su presencia constante en una institución que él ayudó a configurar y a la que perteneció hasta su jubilación hace escasamente un año. Y no puede entenderse el INAEM sin la presencia de su figura. Son muchos los proyectos del INAEM de los que fue protagonista absoluto y que constituyen hitos en las políticas culturales españolas: el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas en la Sala Olimpia; la creación del programa Iberescena y la Muestra de Autores Contemporáneos de Alicante. Institución por la que Guillermo siempre mostró un firme compromiso y dedicación y que lamentablemente no siempre supo corresponderle como el enorme profesional teatral que era.
Protagonistas casuales abundan en la escena; grandes protagonistas que permanecen en la memoria durante una época son escasos pero protagonistas absolutos de los que no desaparecen jamás del imaginario teatral de un país son aun menos pero poseen tanta fuerza como la luz testigo de un escenario que no se extingue jamás. Y Guillermo forma parte de este pequeñísimo grupo al que muy pocos logran pertenecer.
Fernando Cerón Sánchez-Puelles
Madrid, 13 de Julio de 2023
Fotografía: INAEM.