La CNTC ofrece el visionado íntegro de “El médico de su honra”, de Calderón de la Barca


Adolfo Marsillach

El médico de su honra (1986). 1

El médico de su honra (1986). 2

El médico de su honra (1986). 3


La función va a comenzar, dentro de casa…

La Compañía Nacional de Teatro Clásico quiere unirse a este día de celebración, que es el Día mundial del teatro, con la voz debida a los que nos precedieron en esta conquista de otros mundos dramáticos, para ello la cita ineludible con nuestros clásicos, como semilla permanente de futuro.

Desde este lugar de confinamiento que nos ofrece la realidad de estos momentos, queremos acercaros la palabra perdurable de esos clásicos, que con su rabiosa actualidad nos ayudan a entender el mundo y a hallar soluciones colectivas.
Nada mejor que en estos momentos de clausura que derribar el muro de la cuarta pared y gritar los textos al mundo, para que alcancen los oídos atentos de los espectadores que esperan su cita semanal en las butacas del Teatro de la Comedia. La cita será hoy desde la butaca de nuestros hogares, donde intentaremos que los sueños, las luchas, los romances, las voces toquen las miradas calladas y despierten así nuestros propios sueños.
La CNTC conmemorará el día mundial del teatro ofreciendo el visionado de la obra de teatro El médico de su honra, obra con la que Adolfo Marsillach inició su andadura como director de la CNTC en 1986. Es curioso que tengamos en cuenta que la obra se estrenaría en el Teatro Cervantes de Buenos Aires, en la cercana fecha de un 17 de abril, eso sí de 1986. Y más aún dentro de la muestra de Teatro español en Iberoamérica, organizada por el INAEM del Ministerio de Cultura.

Hoy lo que ofrecemos aquí es el visionado en vídeo y la revisión del espectáculo que la propia CNTC retomó de nuevo en el año 1994, cuya grabación por el aún conocido Centro de Documentación Teatral es ya del año 1995. Nos apoyamos eso sí en algunas referencias al montaje de 1986 a través de fotografías del año en que se estrenó, imágenes del fotógrafo Chicho.

En este segundo montaje el mismo Marsillach dijo que quería hacer el exquisito esfuerzo de intentarlo de nuevo para que se entendiera mejor. Y así también nosotros hemos entendido que hay en este montaje varios componentes que permiten transitar con seguridad la exuberancia barroca de los textos de Calderón; en el caso que nos atañe, cuenta con una impecable versión de la obra que nos llega, contundente, por parte de Rafael Pérez Sierra que se encarga de la revisión del texto y dibuja para nosotros un lenguaje más cercano sin desvirtuar en ningún caso el texto original.
Y mientras los estudiosos debaten si el propio autor acepta o no el código de honor de su época, la dirección de Adolfo Marsilach nos acerca a esta tragedia tan española de una manera sutil, distante, a veces cínica, para activar en el espectador los mecanismos que pongan en cuestionamiento la posesión en las relaciones amorosas y el abuso de poder en cualquier circunstancia. Todo ello magníficamente resuelto con esa imponente escenografía de Cytrynowski, donde a través de un tenue juego geométrico conseguirá llevarnos por sobrios espacios que abrirán caminos divergentes.

Por esos caminos serán los actores, una vez más, los que harán saltar los versos por los aires hasta inundar al espectador; actores que con el paso del tiempo han ayudado a la compañía a crear un estilo diferente de mirar a los clásicos, de hacerlos nuestros. Se mezclan en el tiempo un poderoso José Luis Pellicena que dará paso a un personaje atribulado en manos de Carlos Hipólito que consigue dar al mismo personaje la condición no solo de víctima también de verdugo; lo mismo ocurre con doña Mencía magistralmente interpretada en sus dos versiones por Marisa Leza y una tan joven como maravillosa Adriana Ozores. No solo ellos cuatro, también el resto de los dos elencos consiguen, desde un trabajo sólido, ahondar en esa reflexión calderoniana sobre la libertad y el sentido de la existencia humana. Y entre todos logran que se haya convertido en este montaje mítico que ha llegado a ser. Marsillach reivindica así la fuerza de la ambigüedad y la desazón que le provoca al público el tener que hallar sus propias respuestas.

Y son estos actores, con su arte magistral, los que nos van a llevar, como si de aquel programa dramático que ofrecía TVE llamado Estudio 1 se tratara, por los rincones de una escenografía evocadora, bailando al son de una melodía sublime que es esa música compuesta por Tomás Marco que despierta un imaginario dormido.
Dejemos pues nuestra mente abierta a este recuerdo y a esta obra, como metáforas de esa pasión desbocada que suelen ser los textos de Calderón.

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