Sueño de una noche de verano

de William Shakespeare.

Me enamoré de Sueño de una noche de verano a través de Dream, la adaptación de la obra de Shakespeare de Lindsay Kemp en el teatro María Guerrero. Tanto, que me dejaban tomar clase de danza con ellos. Yo tenía cuatro años. Poco después la compañía hizo una película y mi adorada Bimba Bosé y yo interpretábamos hadas pintadas de verde de la cabeza a los pies. Todavía me acuerdo de las alas, las telas de araña y de que toda la casa fue verde mientras duró el rodaje.

Creo que lo que más me conmueve de esta obra es la humanidad y vulnerabilidad de todos sus personajes. Nada es lo que parece. Ninguno somos lo que aparentamos.

Y me emociono, río y sufro al leer los estragos, entuertos y desafíos que Shakespeare hace vivir a sus protagonistas. La fragilidad de nuestras decisiones, la volatilidad de nuestro amor. La falta de control absoluta sobre nuestros destinos, sobre nuestras vidas y a veces sobre nuestros sentimientos. ¿De cuántos Bottoms con cabeza de burro nos hemos enamorado sin haber hecho falta poción ninguna? ¿Cuántas veces ha cambiado el curso de nuestro amor sin necesidad de que Robin se cruzara en nuestros caminos?

Incluso cuando experimentamos la felicidad más anhelada tememos estar dormidos y perderla al despertar. El temor a que la realidad nos despoje de un estado «soñado», es algo que compartimos todos los seres humanos. Incluso yo, ahora, temo despertar, y descubrir que he soñado que voy a dirigir Sueño de una noche de verano con La Joven CNTC.

Investigar, entrar en esta obra que trata de sueños, amor, celos, venganza, desamor, orgullo, traición e inocencia con actores jóvenes, llenos de energía, fuerza, curiosidad, diversión y mucho talento es un privilegio, un regalo, un sueño. Así que espero, y mientras espero, sueño.